lunes, 7 de marzo de 2016
La chica de la plaza
Puede volverse repetitivo. Has de ser un soñador con los ojos abiertos, y uno un tanto más temeroso con los ojos cerrados. Repetis sueños, fragmentos de tu vida, de tu risa y de tu dolor. De lo que más te ha gustado y lo que te ha marcado a fuego.
Años con la misma imágen que nacía del mismo dolor interno. De movimientos que dolian más en la cabeza que en el propio cuerpo. Esas imposibilidades de controlar incluso las habilidades. Pero menos control existía sobre los miedos. Alguna vez fui temeroso, si...
Años bajo el agua. Esa mano que apretaba mi cuello y me ahogaba. El frío desconocido, de un "no entender" los por qué de la diferencia con el resto. Odiábamos ser tan diferentes, tan movilizados, tan sentidos. Se movía desde el pelo, las cejas, la mirada, nuestras manos y hasta nuestra propia alma en cada respirar. Deseos de no despertar, de no volar por temor a caer. La tristeza de perseguirte en cada paso, cada palabra, cada mirada. En ese entonces casi no miraba. Siempre era más sencillo detener los ojos hacia abajo, perderse en cualquier sentir que se volviera caos. Eramos eso. Caos. Un globo que intentaba volar pero no se atrevía. No hay peor cobardía que esa que te encierra en tu habitación con lo peor de vos mismo. Se es cobarde no al someterse al encierro, sino al juzgarse y no querer acercarse a lo mejor que pudiera tener uno.
Será por eso que el tiempo hizo borrar esos sueños. Hay lágrimas que se acostumbran a recordar aún, pero salimos del ahogo en el momento justo. Como todas esas cosas que nos lastiman y nos hacen tocar fondo, muchas veces se escapan del suelo en el momento que más lo necesitamos. No diré que ya no he de visitar esos viejos espacios de dolor, pero el sentimiento hacia ellos ya no es el mismo.
Sin embargo he de tener una ardua conexión con las repeticiones. No siempre es fácil sentir tanto, sentir fuerte y sentir dolor también.
Ella observaba su libro, sentada siempre en el mismo lugar por más de tres años. Mi espacio era el mismo también, pero a la distancia la veía yo. Tenía el talento de poder hacer muchas cosas al mismo tiempo. No sólo leía atentamente su libro, sino que además escribía sobre su anillado cuaderno. Como si todo fuera parte de lo mismo, una historia escrita que al mismo tiempo escribía una nueva. Su amargo mate la acompañaba. Creo que hasta ese sabor logré contemplar alguna vez. Tres años de ese mismo lugar, tres años de ver su nuca de espalda a mis ojos. Tres años de rogar que me observé sin nunca poder mirarme.
Algo así como desear dormido que al despertar estuviera a mi lado. Que sea como quiera ser: malhumorada, loca, insensata, dulce, rockera, lo que sea. De ella nada importaba justamente porque... era ella.
Ella y su plaza, o tal vez era mi plaza también. Tres años de ella. Tres años de su libro y su cuaderno y su mate y de mis ojos mirándola de lejos. Tres años de despertar cuasi enamorado de una simple imagen de un sueño. Pelo castaño claro, largo hasta la cintura, baja estatura. El sueño hecho mujer y el malestar de nunca ver su rostro en mi despertar matutino. Tres años sin que se fuera y despertando antes de encontrarnos por fin.
Como dije antes, siempre tuve una ardua conexión con los sueños. Esa mujer de pelos largos, mitad niña negada, mitad mujer decidida. Quien nunca decidía darse vuelta antes de mi despertar matutino. La negación que no me dejaba verla y que sin embargo, un día me hizo descubrirla aún cuando jamás había visto su rostro antes.
Maldito ese lunes que una vez más como en esos tres años, ella aparecía como cada tarde en esa plaza, con su libro y con su cuaderno, con su amargo mate cargado de la vida misma y del mismo dolor. Con sus puños apretados en cada renglón, con sus largos pelos un tanto al viento y otro tanto llamándome. Con sus ojos claros.
Maldito ese lunes en donde el despertador no sonó jamás y ese deseo de nunca despertarme y ver esos ojos, hizo que ella se perdiera luego en mi propia niebla. Sus ojos me miraron por una vez. Maldigo al despertador pero también debo decirle "gracias". Gracias y sin embargo adiós.
Nada nunca será más que un sueño repetido en el tiempo, en el que esa plaza siempre será tuya y siempre estarás sentada sin mirarme, con tu libro y tu cuaderno, con tus amargos mates. Creo que el despertador debiera de haberme abierto los ojos aquella vez que te vi, aunque a veces también creo que fue mejor conocerte tres días después que mirarte a lo lejos por siempre sin saber siquiera tu nombre...
Creo que de ahí se desprendía la calma. Ella era lo que quería, no lo que buscaba, sino lo que elegía. Quien sabe tal vez un día pueda explicarle realmente porque la soñé incluso antes de conocerla, y por qué ese repetitivo sueño ya no existe, porque esa chica de la plaza desapareció junto con nuestra mirada y la última vez que nos vimos. Ya nada existe, ni el sueño ni la realidad. Solo las sombras y los contrastes. Y nada ya puede hacerse, pero algo hay que es muy cierto, me gustaba la chica del sueño, esa chica de la plaza, la misma que ya no busco pero creo que a veces extraño....
TINI
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