Repito incansablemente las mismas frases. Podría hablarte de
amor por horas mientras te hago un mate en la cama. Me es más fácil hablar de
amor que llevarlo a cabo. Y sin embargo, no sé por dónde empezar.
Repito secuencias, te busco, sonrío, me frustro, me marcho,
te vuelvo a buscar, vuelvo a sonreír, me vuelvo a frustrar.
Hay inviernos que duran más que todas las estaciones del año
juntas. Hay inviernos que aprietan aún cuando el sol del verano quema. Que si
los llamás atienden, te apuntan con el arma más filosa que encuentran, con
aquella que sabes que si te toca te hace daño. He conocido también acerca del dolor.
De esos dolores a los que te acostumbras, a los que odias profundamente y sin
embargo en su ausencia hasta sentís el extrañarlos un poco.
He oído que más intentas acercarte hacia lo que querés, más
te ilusiona, y también más duelen las caídas. Los intentos se vuelven aviones
que lanzan sus palabras al viento y de a poco van quedándose sin motores hasta
arrollarse contra el duro cemento.
La ciudad tiene mucho de ese cemento. Miles de personas que
caminan hacia distintos lados, algunos incluso van en la misma dirección que
nosotros y sin embargo, quedan lejos de nuestros pies. Caminar hacia el mismo
lado, no siempre significa caminar juntos.
Poder ver algo más allá aún sin saber absolutamente nada
certero. Podría hablarte de amor por horas mientras te hago un mate en la cama.
Y sin embargo, no sé por dónde empezar.
Afuera vuelan pájaros entre los cables y obligan a que saque
mi cámara para hacer de ellos una foto que algún día recuerde. Una de mis
mejores fotos es algo así, la más simple técnica, el más sencillo revelado,
tonos monocromáticos como la mayoría de los aspectos íntimos de mi vida.
Blancos y negros, tonos grises, cosas que quiero y necesito contar. Querer que
tu oído me escuche. La calma y el maldito caos que siempre caminan juntos. Leo
una frase que habla de sus desastres y me veo en ella queriéndome cerca de cada
una de sus tormentas.
Más te acercas, más te ilusiona la idea. Más te expones
también. Y entonces retrocedes, porque el silencio te hace pensar que tal vez
estar cerca no esté bien, o sí, pero no encontrás la forma de mantenerte así.
Quererla cerca y no poder, es como estar escribiendo ahora y quedarme sin el
cuaderno que contiene las reflexiones de cada minuto de mis raros días.
Y me alejo, y me arrepiento luego, y vuelvo a acercarme. Tal
vez, porque pida a gritos tenerla cerca un instante. La elijo.
Podría hablarle de amor por horas mientras le hago un mate
en la cama. Y sin embargo, no sé por dónde empezar…
TINI